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GROENLANDIA, donde el turismo se convierte en aventura
Por Manuel Medina


"La tierra en la que vivimos no la heredamos de nuestros padres, nos la dejan prestada nuestros nietos".  Proverbio Inuit


VIAJAR AL ÁRTICO
Supongo que la mayoría de las personas que deciden organizar un viaje a tan recóndito lugar tienen en cuenta muchos factores, los cuales sopesan antes de tomar la determinación de  partir hacia el Ártico. Supongo también que se requiere cierto espíritu aventurero, amor a la naturaleza, capacidad de acomodarse a una climatología hostil y tener algo "agotada" la lista de lugares soñados pendientes de conocer. Pero también supongo que un destino de estas características se planifica con cierto tiempo de antelación. De esto último en absoluto andábamos sobrados, a las dos de la tarde de un abrasador viernes del mes de Julio, mientras nos bañábamos en la playa de mi Málaga natal, tomamos la decisión. No había tiempo para pensar, pero al cerrar mi maleta me vino a la mente un lejano recuerdo de mi infancia que tuvo lugar al acabar una lectura sobre exploraciones polares, junto al jazmín que presidía el encalado patio de casa: "…90º de latitud norte, quien sabe, cuando sea mayor, tal vez,…". Nueve horas después estábamos en ruta para tomar un avión a Reikiavik.

El término Ártico proviene de la palabra griega "arktos", que significa oso, y es una referencia a las constelaciones Osa Mayor y Osa Menor, que se encuentran muy cerca de la estrella polar (que es parte de la Osa Menor). Este término es lo contrario de Antártico, que proviene de "ant-arkos", que significa sin osos (mi compañera de vida y viajes, filóloga clásica y trotamundo donde las haya, no me hubiese perdonado obviar esta referencia etimológica). Esa es la razón por la que se llamó Ártico al área alrededor del Polo Norte de la Tierra. Incluye partes de Rusia, Alaska, Canadá, Groenlandia, Islandia, la región de Laponia, en Suecia, Noruega y Finlandia, y las Islas Svalbard, así como el océano Ártico. Islandia y Groenlandia serían nuestros objetivos, siendo la primera el punto de partida del viaje y durante dos días no dejé de sentir asombro ni un instante en esta sorprendente y recóndita isla, pero eso será objeto de otro artículo.

Injusto sería dejar la referencia etimológica basada sólo en lo astronómico. El Oso Polar es sin duda y por derecho propio el símbolo del Ártico, representando lo que de salvaje, inmenso y bello tiene el lugar más recóndito del planeta. De hecho, la primera imagen que se divulgó del Ártico -un dibujo coloreado- y que tuvo gran difusión es la de un Oso Polar enfrentado al joven capitán Horacio Nelson, de sólo dieciséis años, elegantemente uniformado. Este hecho, de dudosa veracidad, simbolizaba la conquista que justo en los comienzos del siglo XIX emprendió la marina británica, sin demasiado éxito dicho sea de paso, en estas latitudes. El hombre enfrentado a una inexplorada tierra salvaje. Hasta que los exploradores polares no dejan de lado el uniforme militar y la "compostura" victoriana y comienzan a adoptar las costumbres y usos de los inuits, no se alcanzarían logros significativos.
En este punto no me resisto a, muy brevemente -lo prometo-, hacer una reseña histórica sobre una de mis fascinaciones de niño: la conquista de los polos.

LA ÚLTIMA FRONTERA
Todavía en 1.818 John Cleve Symmes sostenía la teoría (reelaborada más tarde por Edgar Allan Poe en su maravilloso libro "Las aventuras de Arthur Gordon Pym") de que en el lugar más septentrional de la Tierra se encontraba una gigantesca depresión avellanada, una entrada a una serie de siete mundos que se alojaban unos dentro de otros como estratos en una esfera china. Todo lo referente al Polo Norte, hasta la primera gran expedición en 1.845 a cargo de sir John Franklin, de la Marina británica, se encontraba en el terreno de la especulación y la fantasía. A partir del viaje y desaparición de Franklin (el propio Amundsen, descubridor de los dos polos, seguía reconociéndole como su fuente de inspiración), y tomando como excusa durante casi dos décadas su rescate (alentado en parte por la esposa de Franklin), se produce la gran oleada de expediciones al Polo Norte, algunas de ellas muy célebres como la de Kane a bordo del Advance (cuyo diario se convirtió en un clásico y estuvo durante decenios junto a la Biblia en todas las salas de estar estadounidenses y cuya muerte conoció una asombrosa manifestación de dolor colectivo, como no la conocería Estados Unidos hasta la muerte de Lincoln) pasando por May, De Long, Greely, y muchos otros. Si tuviese que recomendar algún relato, libro o diario de viaje de la conquista del polo, no dudaría ni un segundo: diarios todos, libros uno, de él hablaré.

Las expediciones americanas, bien documentadas, se encuentran aquí junto a las menos conocidas de las británicas de George Nares a bordo del Discovery (heroico fracaso que reproduciría luego en la Antártida el capitán Scott, cuyos diarios me ponían de niño la carne de gallina), la alemana de 1.870 de Karl Koldewey, la italiana del duque de los Abruzos en 1.899, la rusa de Sedov en 1.913 en el vapor Foka, y hasta los vuelos de Amundsen y Ellsworth, primero en hidroaviones, y más tarde en el dirigible Norge que les convirtió en las primeras personas que vieron el Polo Norte. No sería hasta 1.948, en mitad de la guerra fría, siguiendo las instrucciones de Stalin, que un equipo de científicos, al mando de Aleksandr Kuznetsov, logra poner los pies en el Polo.

El libro de Fergus Fleming (1.959) es un ejemplo de documentación y exposición histórica. A su narrativa historicista y "fría" se contraponen los textos eufóricos, entusiastas y delirantes de los diarios de los propios exploradores, lo que hace de la lectura una interesantísima experiencia en la que la neutralidad de la exposición no elude el corazón y el nervio de las desgracias, tragedias y hallazgos de quienes vivieron la que probablemente fue una de las últimas epopeyas de la humanidad de primera mano. La experiencia fulminante del escorbuto, los inviernos glaciares, la relación siempre distante y compleja con los colaboradores inuit (llamados entonces esquimales), los motines y arrebatos de locura a causa del frío y la inanición no merman, sino que incentivan la astucia para elaborar instrumentos y trayectorias que admitieran la llegada al Océano Glacial Ártico. Desde los perros (e incluso ponies con los que fracasa Ziegler en 1.901) o los trineos, hasta el vapor, pasando por los hidroaviones y dirigibles (con los que se estrella Wellman en un glaciar en 1.906), el libro de Fleming se centra, más bien, en la evolución y desarrollo del sueño que desde la expedición de Franklin ocupa el corazón de decenas de entusiastas obsesionados por conquistar el Polo Norte y que termina en 1.926, con la expedición de Amundsen en el dirigible Forge.

Mi mas sincero agradecimiento a Manuel Medina por este fantástico reportaje que le ha consumido horas de ocio con la simple finalidad de ayudar a la Comunidad Viajera y dar a conocer este maravilloso país

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