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Sintiendo los sentidos: catas a ciegas
Noviembre de 2013 - Manuel Medina | Benalmádena Costa - Málaga 
   













    Rincón Asturiano nuevamente logra sorprender a los asistentes a sus cenas maridadas. En esta ocasión, Manrique Busto, su director, invitó a Bodegas Costaval, perteneciente a la D.O. Ribera del Duero. Paco Zaragoza, director comercial de la bodega, comentó y puso en valor los cuatro vinos que fueron maridados con sendos platos del Chef. Pero además, se puso en marcha una actividad de cata a ciegas en copa negra. La cata ciega suele consiste en probar vinos de los cuales no se tiene información de su procedencia, y tratar de describirlos o puntuarlos sin tener ninguna sugestión ya que no se ve la botella ni la etiqueta. También a veces se trata de adivinar su procedencia, productor, marca, año de cosecha o variedad de uva utilizada, aunque esto no es lo más usual. En este caso, la actividad tuvo un enfoque desenfadado, pero dejó perplejo a algunos de los asistentes ante el rol que desempeñan nuestros sentidos y a los que normalmente poca o ninguna atención solemos prestar. De ello hablaremos en esta reseña.

    Pero antes de ello, detallemos el maridaje llevado a cabo entre Bodegas Costaval y Rincón Asturiano. Todos los vinos fueron tintos -anunciando ya la entrada del tardío invierno de la Costa del Sol-. Costaval Roble acompañó a una brocheta de verdura asada que tanto por su formato como por la cuidada elaboración, recibió la merecida aprobación de los comensales. Chorizo a la sidra con "patatinas" al pimentón regado por un Costaval Crianza le siguió. El tercer plato fue una Hamburguesa de Vaca Asturiana con queso Vidiago y Rúcula, en comunión con Costaval Reserva y para finalizar el ágape, Abanico Ibérico a la parrilla con un peso pesado de la bodega: Eloy Escudero Gran Vino de Autor.

    Volvamos al asunto de la cata a ciegas. Aclarar primero que entendemos que el término "cata a ciegas" no es demasiado acertado. Pero sin embargo, pensamos que es adecuado y no nos sentimos capaces de buscar alguno mejor que el empleado y aceptado de forma generalizada. Contradicción que intenta subrayar el contradictorio fenómeno que se encierra a veces en este tipo de actividad organoléptica. Nos explicamos. Puede interpretarse que al cercenar alguno de los cinco sentidos, estamos limitando la experiencia sensorial. Ocurre lo contrario. Estamos "abriendo de par en par" las potencialidades de otros que suelen estar enmascarados normalmente por los predominantes. Por ejemplo, la excesiva preponderancia de la vista -y más en nuestra cultura de culto a la imagen en todos los niveles-, aparta de la fenomenología sensitiva en algunas ocasiones al olfato y al gusto. Nos condiciona tanto que incluso puede llegar a tergiversar los elementos volátiles que deberíamos de apreciar. Pero también al contrario, puede que el sentido al que demos el peso de toda la información a procesar nos juegue una mala pasada.

    Ambos aspectos se dieron cuando Paco Zaragoza, maestro de ceremonias en la cata a ciegas llevada a cabo en Rincón Asturiano, ofreció a los asistentes copas negras que contenían en su interior vino blanco, en unos casos, y tinto en otros. Una cinta de color atada en la base de la copa señalaba el tipo de vino que contenía, azul en unos casos y blanca en otros. Pero los asistentes ignoraban la correspondencia entre el color de la cinta y el tipo de vino que contenía la copa. Era algo demasiado básico, a simple "vista", elemental. Pero la vista estaba capada. Por más que mirásemos al interior de la copa, al no pasar nada de luz a través del negro cristal, el aspecto del vino contenido en el interior de la copas era el mismo. Procedía pues poner en marcha el sentido del olfato. Los participantes -algunos de ellos conocedores y amantes del mundo del vino- comparaban las sensaciones al acercar a la nariz, sucesivamente, copas con lazo azul y copas con lazo blanco. Con extrema seguridad, la mayoría de ellos anotaba en una ficha el resultado de su apreciación.

    El desenlace de esta amena actividad tuvo dos curiosos aspectos a destacar. Cuando se retiraron las copas, se agruparon en una mesa las del lazo azul, de un lado, y las de lazo blanco, de otro. Lo primero que personalmente me llamó la atención es que antes de iniciar el vaciado del contenido de las copas con lazo blanco a un recipiente traslúcido, algunos participantes del singular juego comenzaron a gritar, llenos de seguridad y autosuficiencia "¡tinto!, ¡tinto!..." pero antes de que se aclarase el asunto, Paco Zaragoza -pensamos que de forma intencionada-, detuvo su mano unos segundos antes de verter el líquido que contenía y desvelar la incógnita, y de forma socarrona dirigió su mirada a los asistentes. Fue gesto suficiente para que otros "catadores" menos envalentonados que los primeros se animasen a gritar "¡blanco!, ¡blanco!, ¡blanco!...". Estaba claro, no había un mínimo consenso. Y lo que es más. La extremada seguridad de unos y otros era apabullante. Finalmente, las copas fueron vaciadas y la perplejidad se apoderaba de aquellos que no desentrañaron el enigma.

    Y el segundo aspecto que emana de lo acontecido puede que sea menos elocuente, pero a nuestro entender, de gran importancia. Cabe la posibilidad que no fuese impericia lo que llevase al error a algunos de los participantes. Cuantas veces no hemos oído afirmaciones del tipo "… yo soy más de tinto", o "a mí el blanco no me va mucho…" o manifestaciones en sentido contrario, en relación a esta dual preferencia. Puede que algunos improvisados catadores, sin saberlo, se estaban liberado de un auto impuesto yugo, de qué es lo que más les gusta y simplemente, estaban desoyendo sus condicionantes mentales y sintiendo los sentidos.

   
©Manuel Medina
Escritor y Viajero
   

Rincón Asturiano
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